Ahora buscan a su madre, que las dio en adopción. María Dolores vive en Neuquén y Mirta en la localidad bonaerense de Moreno. Se reencontraron luego de que una saliera a buscar a la otra tras verla de casualidad en la TV.
"Lola, te vi por televisión. Bah, eras vos pero no eras vos”. La amiga de su hija insistió: “Seguro que era tu hermana gemela”. Justo esa mañana otoñal, Lola –María Dolores Sosa Fernández, 50 años, profesora de historia, dos hijos, sonrisa de gatillo fácil– estaba en los Tribunales de Neuquén, esperando un fallo. Había cámaras y fotógrafos. “Debo haber salido en alguna filmación”, pensó.
El día pasó y más gente le hizo el mismo comentario. “Te vi por tele, estabas en Moreno, Buenos Aires”. Más desconcierto, más dudas y una intuición –¿una esperanza?– que comenzaba a parpadear en su cabeza. A Lola hacía muy poco que el pasado le había estallado en la cara: a los 48, con su padre recién fallecido y con su madre grave, un tío le ratificó aquello que siempre había sospechado: que era adoptada, que la habían traído de Traslasierra, Córdoba, con pocos días de vida, que su madre, una adolescente de 14 o 15 años con los cristales rotos de su alma, la había entregado dentro de unos pocos harapos. Y que además –de esto se enteró a los pocos meses de esa primera revelación– había nacido con un hermano.
Aquel fue un día largo para Lola. Averiguó que, tarde, Crónica TV emitiría de nuevo el informe con su “otro yo” en la pantalla. Junto a sus hijos –“mi marido no aguantó y se fue a domir”– se plantó ante la tevé para esperar eso que podía sacudirle los sentidos. La ansiedad era insoportable. Crónica pasaba la lotería, las carreras, Riverito, pero el informe desde Moreno nunca. Hasta que a las 2 de la mañana ocurrió el milagro: “Me vi a mí misma en la pantalla. No sólo el parecido físico: también la forma de hablar, los gestos, todo. No lo podía creer”. La otra Lola era –es– Mirta Santos y hablaba por tevé de un episodio policial que había sucedido en su barrio sin saber que a 1300 kilómetros una familia entera se prendía fuego de estupor.
Lola llamó a Crónica TV, pero el canal no había guardado los datos. ¿Entonces? A los pocos días, un conocido acercó la primera precisión: no era en Moreno donde había que buscar, sino en Francisco Alvarez, muy cerca. Las variables se achicaban. Comenzaron a contactarse –siempre desde Neuquén, siempre por teléfono– con curas de la zona. Pero los derivaban. Lola no claudicaba: sabía que su hermana acechaba en alguna esquina de los tiempos. Sabía que si la encontraba los agujeros negros de su cielo personal comenzarían a llenarse. Tal vez su hermana tenía datos sobre su verdadera madre. Quién era, dónde estaba, cuántas veces había pensando en ella desde aquel día de 1960 que la entregó como un dulce sin nombre. A veces se desalentaba: “¿Y si mi hermana no quiere enterarse de nada? ¿Y si sabe todo pero no le interesa verme?”. Pero su carácter inquisidor podía más. Una mañana dieron con el cura indicado. “Fue difícil explicarle todo y de hecho él se mostró reticente. La conocía a Mirta. Le mandamos fotos, teléfono, el mail, todo”. Un día, el marido de Lola recibió un llamado: “Hola, habla Mirta, la hermana de María Dolores ¿ella está?”.
“Yo llamé convencida, yo sabía que era mi hermana”, cuenta Mirta, casada, dos hijos, empleada de Tribunales, la misma voz, igual altura, la mirada levemente melancólica que, como la de su hermana, se achina al reir. “Cuando nos pusimos a hablar no lo podía creer”, recuerda. Ese mismo día se contactaron a través de la cámara web. Estuvieron hablando hasta las 6 de la mañana. Como novios adolescentes, se contaron todo, se mostraron las manos, los pies, el cuerpo, los lunares. Ratificaron que eran gemelas idénticas: que proceden de un solo cigoto o huevo, es decir, de un solo óvulo fecundado por un espermatozoide.
También a Mirta le habían negado su condición de adoptada. Se lo confirmaron a los 40 años, pero ya antes, cuando fue madre, su hija Alfonsina había nacido de un embarazo gemelar. Fue una pauta.
En junio del año pasado, a la mañana de un día otoñal, Mirta Santos llegó a Francisco Alvarez, provincia de Buenos Aires. Concluyeron allí dos años de búsqueda desesperada para Lola, meses de fatigar por ONGs, por Gente que busca gente; de viborear por Facebook tratando de que aterrice un rastro. Hasta pensó en practicarle hipnosis a su madre enferma –de Alzheimer, paradójicamente– para arrancarle retazos de verdad.
“Por eso, cuando la vi bajar a Mirta del auto pensé que me moría. Era demasiado”, recuerda. Abrazos, certezas, lágrimas, futuro. También las primeras huellas de un pasado de puentes rotos. Al poco tiempo se fueron a recorrer Traslasierra, en busca de esa madre frágil y adolescente que se desprendió de ellas hace medio siglo. “Anduvimos por Villa Dolores, San Pedro, Chancaní, todos los lugares posibles preguntando a gente grande si se acordaba de una mujer que tuvo gemelas. Pero nada. Se nos hace muy difícil”, dice Lola. La madre sigue siendo un dato impreciso. Algo por resolver. “Algo que nos carcome”. /clarin.com